Estamos controlados. No es una frase hecha ni una suposición retórica. Dentro de nuestra sociedad existen una serie de mecanismos que nos hacen actuar y creer de cierta forma acorde a unos valores grupales. Esos valores grupales podemos creer que son acordados, que forman parte de un contrato social que aceptamos al vivir en comunidad (Hobbes) o quizás podemos pensar que ese contrato es impuesto por unas relaciones desiguales de poder que facilita la dominación de una clase sobre la otra (Marx). Lo cierto es que no somos libres para hacer lo que queramos a cada momento.
De encauzar nuestra conducta se encarga el sistema de control social. Ese control social es un conjunto de valores, actitudes y creencias normas en todo caso que sirven para asegurarnos de que las personas hacen lo correcto y que se mantiene y respeta el orden social. Según Díez Ripollés el control social tiene la misión de garantizar el orden social mediante la interiorización de los comportamientos sociales adecuados o estableciendo expectativas de conducta de los ciudadanos y de los órganos que se encargan de penal la conducta desviada. Es decir, el control social nos empuja a comportarnos como debemos comportarnos según un criterio adecuado (¿adecuado para quién?).